Whiskey y literatura

Viernes por la noche. El calor sofocante que nos azota mantiene bajas mis defensas pero llegan las ocho y se vuelve inofensivo. Mi compañera de crímenes me dice que nuestra reservación para el evento de los Whiskeros sigue vigente y decido cambiar el suero por un whiskey.

Se trataba de un extraño evento organizado por una marca de whiskey y no-sé-quién-más, que consistía en reunir a cuatro jóvenes escritores. Me entusiasmó asistir porque eligieron a personas críticas y no seres halagueños de esos que abundan en este medio. Se trataba de un poeta ácido, un editor – cuentista, un narrador, y un editor-poeta- Cuando llegamos al lugar estaban en la entrada algunos de ellos, el poeta ácido y el editor – cuentista, en charla animada con algunos asistentes, pocos aún. No habíamos saludado a dos personas cuando nos abordó una hermosa edecán extranjera, con postura de garza. Muy alta, blanquísima y con el cuello ligeramente doblado hacia el frente. Rubia, de ojos enormes, algo rasgados, verdes, y el pelo largo y lacio. Nos pidió que nos registráramos en un libro forrado en cuero donde me llama la atención que me pregunten por mi cumpleaños. Respondo a todo esperando que el 18 de junio me llegue una botella de whiskey por lo menos. La garza-edecán nos invitó a pasar al patio de aquella casa acondicionado como un bar, con mesas chaparras y sillas de plástico transparente. Dos sillas de plástico y un sillón en cada mesas, en la que había un florero hecho con un tronco de madera y dos revistas. Como en todo evento literario, conocíamos a más de tres, así que íbamos como Miss universo, saludando con la palma de la mano en alto, de un lado a otro hasta que elegimos la mesa de la segunda fila antes del pequeño escenario, dispuesto a manera de salón hogareño, o al menos creo que eso intentaron hacer con dos feos sillones y dos sillas acolchonadas alrededor de una mesita con una caja iluminada sobre la que se erguía una botella de whiskey . No había mucha pelea por las mesas, acaso habríamos 20 personas y cabían alrededor de sesenta. Media hora después de que llegamos, el representante de la marca en whiskera, un tipo con el pelo engominado, saco, camisa y pantalón de mezclilla, dio la bienvenida y agradeció la asistencia de los no más de 50 que nos registramos en días previos, y casi llenamos el lugar. La charla comenzó. Se trataba de que estos cuatro jóvenes escritores hablaran sobre la situación de la literatura. Era un tema muy abierto pero ellos se centraron en México. Hablaban con mucha seriedad a pesar de no entender bien cómo funcionaban sus micrófonos de clip, prendidos del cuello de sus camisas. Aquello no llegaba a debate porque estaban de acuerdo en un 95% de los temas que se ponían en la mesa: qué leen los escritores mexicanos; qué editoriales despuntan; cuáles son un simple negocio lejano a la literatura; cuáles un triste recuerdo de una buena editorial. Quién vende más, un poeta en una editorial mala o un joven escritor recomendado en una editorial reconocida, etcétera. Una charla de café en la mitad del patio de un restaurante que no suspendió su servicio a clientes poco interesados en los temas que ahí se discutían y hablaban en voz alta, se reían, chocaban sus copas, el barman agitaba con vigor una coctelera y el ruido no dejaba escuchar el único nombre que soltó uno de los escritores que criticaba la actitud de alguna institución gubernamental. Alrededor de cincuenta minutos después, el moderador que no moderó nada dio por terminada la charla e invitó a los presentes a hacer preguntas. Instantáneamente vino un apagón y un grito de sorpresa. Todo, menos la caja de luz que sostenía la botella, quedó casi oscuro. Lo poco que podía verse era gracias a las antorchas ornamentales que rodeaban las mesas. Esperamos cinco, diez, quince minutos y la luz no regresó. El universo, o quizá la Compañía de Luz y Fuerza no quería que los asistentes a aquella tertulia preguntáramos lo que realmente interesaba, así que comenzamos el verdadero debate fuera de cámara y sin micrófonos.

5 Respuestas a “Whiskey y literatura

  1. El otro organizador del evento era otra: La Tempestad, revista de artes. El whiskey era Buchanan’s, en su modalidad Red Seal: altos vuelos escoceces. Y yo, allí arriba, en esa charla de café, no entendía nada, distraído no sólo por el alcohol, sino por el ruido de los comensales del restaurante. Bendito apagón.

  2. Querida: esta es una crònica de un evento en el que por desgracia sòlo el whiskey parece estar a la altura. No sè porque me da la impresiòn de que los escritores invitados decidieron que era mejor no polemizar. Tal vez porque nos on polemistas natos o tal vez porque simplemente las crìticas se dejan siempre en el tintero. De todas maneras como siempre es un placer leer tus crònicas.

  3. Mi maravilla de amiga,

    rica crónica. Me veía ahí, contigo, casi. Tú con whiskey, yo con agua mineral. ambas con tacones altísimos saludando, tal cual, como miss universos.
    Pues sí, parece ser que eventos de discusión son sociales más que nada… pero, ¿ese es el chiste también, no?

    Me encanta el apagón, ah sí, ¡con el apagón qué cosas suceden..!
    tal vez, y me gustaría pensarlo, con menos luz y sin micrófonos, las cosas que no se decían por estar siendo grabadas, comenzaron a susurrarse…

    xoxo

    K.

  4. Ánda. Entonces, la luz fue la culpable. Pero es curioso que la caja que sostenía la botella no se apagara, quizá, por la metafísica del whiskey. (Y eso que no tomo whiskey.) Me hubiera gustado escuchar las respuestas de esto: «cuáles son un simple negocio lejano a la literatura; cuáles un triste recuerdo de una buena editorial». Y, honestamente, también me hubiera gustado ver a la garza-edecán y al público aventando besos y saludando, y de haber estado, que la luz no se huebira ido, y que alguien arrojara una pregunta filosa, o por lo menos incómoda. Eso.

    Saludos.

  5. Buena crónica, hasta me dieron ganas de haber estado allí pese a todo y más allá del whiskey.

    Para la otra, invitas.

    Un abrazo

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