De bestias y bestiarios

 

Como muchos sabrán, y los que no lo sepan ahorita se enteran, los primeros bestiarios eran unas recopilaciones que se hacían en la edad media, donde se ilustraban y describían criaturas monstruosas, animales sorprendentes nacidos de la imaginación que bestializaba los rasgos humanos, y de donde surgieron, por ejemplo, los hombres lobo, las gárgolas, vampiros, duendes y otros personajes que existieron al menos dentro de la literatura.

Los bestiarios de la tradición hispanoamericana son muy diferentes a los medievales porque están basados en lo que observaban los cronistas de Indias, aquellos que vinieron a estas tierras y se maravillaron con la vegetación y algunos se horrorizaron con los rasgos de los indígenas (que no de las indígenas como se sabe), y escribieron acerca de todo lo que se encontraron a manera de informe. Lauro Zavala, estudioso del bestiario como género literario de narrativa breve, divide estos bestiarios hispanoamericanos en dos: la primera parte basada en tradiciones precolombinas de donde surgieron las bestias sagradas, y la segunda, la moderna, desarrollada en la segunda mitad del siglo XX, y de donde surgen bestias alegóricas, paródicas, e incluso poéticas. Los bestiarios modernos por su parte describían con sentido del humor seres que a pesar de que en parte eran humanos, mostraban las contradicciones de la condición humana, a diferencia de los monstruos plasmados en bestiarios del medioevo que estaban inclinados a la descripción física de personajes fantásticos. Había una parte de esta división moderna del siglo XX tardío en donde dichos monstruos podían ser simplemente “cuentos fantásticos escritos como alegoría de la lectura”, según afirma Zavala y le creemos. Un claro ejemplo de este estilo se puede leer en el Bestiario de Julio Cortázar.

Y como en México de bestias sabemos, muchos importantes bestiarios de esa segunda mitad del siglo XX fueron escritos por plumas mexicanas, como el Bestiario de Juan José Arreola, en 1959, Álbum de zoología, de José Emilio Pacheco, en 1985 y Bestiario doméstico de Brianda Domecq, también por esos años. Otros hallazgos interesantes en este género se hicieron diez años después en Toluca, donde se publicó un Bestiario de Indias apócrifo, firmado por el Muy Reverendo Fray Rodrigo de Mascupana (UAEM 1995), el seudónimo de su compilador, un investigador universitario de nombre Marco Antonio Urdapilleta. Otro, Diccionario de bestias mágicas y seres sobrenaturales de América, de Raúl Aceves (Universidad de Guadalajara, 1995).

Algunos ejemplos de los otros bestiarios, (parábolas irónicas) están el ya mencionado e infaltable Bestiario de Julio Cortázar, en 1951 y en 1969 La oveja negra, de Augusto Monterroso. Años más tarde, en 1991, Pedro Ángel Palou hace una estupenda aportación a través de sus sarcásticas parodias publicadas en Amores enormes.

 La lista de bestias y bestiarios podría ser interminable. Como última recomendación, que en realidad debió ser la primera por el orden cronológico, dejo el Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero que se publicó en la Argentina en 1954 y no podía quedar fuera de este recorrido. La literatura del año 2000 para acá poco ha tocado los bestiarios. Es un género un tanto olvidado porque el éxito comercial está en escribir novelas gordas y sexosas o novelas flaquísimas con autores de cara bonita. Bestias al fin.

Una respuesta a “De bestias y bestiarios

  1. el bestiario de cristo, editado por josé olañeta, barcelona.

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